En noviembre de 2005, los trenes de puertas batientes, algunos de los cuales eran exclusivos del sur de Inglaterra, fueron finalmente descontinuados. Estos trenes llevaban más de 50 años en servicio y muchos habían reemplazado a los trenes de vapor.
Con financiación del Consejo de las Artes y las compañías ferroviarias Southern, South Western y South Eastern, la historiadora cultural creativa Dra. Maxine Beuret documentó los trenes durante su último año y medio. La obra fue adquirida por el Museo Nacional del Ferrocarril para su colección permanente.
Los espacios en los que viajamos rara vez llaman nuestra atención, a menos que sea quizás para quejarnos de la falta de un asiento o de la presencia demasiado obvia del codo de otra persona, de su bolso o de la idea de entretenimiento “personal”.
Sin embargo, el diseño de un vagón de tren estructura nuestra experiencia de movilidad como una especie de proceso industrializado. A cambio de las ventajas de una velocidad y fiabilidad comparativas, nos hemos sometido durante unos 200 años a la tiranía del horario.
Durante el primer siglo de los viajes en tren, no existía una alternativa real a las puertas de acceso rápido. Para la década de 1930, los ferrocarriles británicos comenzaban a experimentar con puertas corredizas neumáticas para trenes de cercanías. Pero el intenso tráfico en Londres significaba que, salvo en el metro, donde se daban condiciones particulares, la ventaja seguía residiendo en la tecnología más antigua. La simplicidad y el bajo coste permitían contar con varias puertas por vagón, distribuyendo a los pasajeros de forma más uniforme a lo largo del tren, reduciendo así el tiempo de espera en las estaciones y dificultando la división del vagón entre los que tenían asientos y los que no.
Y en una época en la que la seguridad personal dependía menos de la tecnología, la puerta batiente permitía al pasajero rebelde o simplemente imprudente la libertad de desafiar el sistema y bajarse antes de que el tren se detuviera. Como nos hacen notar las fotografías y el cortometraje de Maxine Beret, con su aguda observación, el vagón de tren es un microcosmos de nuestra actitud cambiante hacia los viajes en tren y hacia los demás.